Aun a riesgo de ir contracorriente o contra los tiempos que corren, confieso mi perplejidad por el estruendo informativo en torno a la brecha de Cristiano Ronaldo, la herida que le ensangrentó la cara al cabecear un balón -y la bota del defensa contrario- para marcarle un gol al Deportivo de La Coruña. Todas las cámaras de televisión y fotográficas enfocaron el maltrecho rostro del portugués y, sobre todo, su gesto de pedirle el teléfono móvil al médico que le atendía para observarse la cara. Miles de memes burlándose de él por coqueto y narciso inundaron las redes sociales cuando, en realidad, lo de mirarse la cara después de un golpe parecería una reacción bastante lógica en cualquiera de nosotros. Las tertulias se han plagado de vociferantes que atacan a la sociedad, en defensa de su astro futbolístico, y que ponderan su acción de partirse la cara por el Real Madrid. Otros, por supuesto, aprovechan la pintiparada ocasión para justificar la burla social echándole en su partida cara su capacidad manifiesta para granjearse el odio y el desprecio de los hinchas. Probablemente, mañana verán en la prensa su ojo morado y prolíficos análisis médicos sobre las consecuencias de la brechita de marras. A ver, que ya me rompí yo el tendón de Aquiles jugando al fútbol y tampoco fue para tanto.