Es de sobra conocida mi capacidad para sorprenderme con los comportamientos del personal. Supongo que tal circunstancia obedece a mi ingenuidad congénita que, como tal y a estas edades, ya tiene difícil remedio. Pero eso es otra historia. Lo que quería trasladar en estas cuatro letras es todo aquello que me ha dejado patidifuso los últimos días y que no es otra cosa que el suceso que ha monopolizado las conversaciones de barra, de panadería y de ascensor de todo aquel al que le rigen las entendederas con cierta suficiencia. Me refiero al caso de los dos presuntos asesinos de 14 años de edad que acabaron recientemente con la vida de una pareja de octogenarios en su piso del bilbaíno barrio de Otxarkoaga. Soy consciente de que el hecho en sí, la violencia que lo ha rodeado, la alarma social que ha provocado y la presunta autoría del delito se salen de lo habitual, por lo que valorarlo con criterios de normalidad no ayudaría ni a entenderlo ni a interpretarlo ni a analizarlo. En cualquier caso, las circunstancias que rodean al crimen son las que deberían agitar a la opinión pública, que debe pedir responsabilidades a quien corresponda, porque es evidente que hay algo en la sociedad que no funciona como debe y que requiere una actualización.
- Multimedia
- Servicios
- Participación