Si uno quiere tener una muerte rápida, sólo tiene que entrar en el bar de mis cortados mañaneros y, en plan Celia Villalobos, cagarse en el sistema de pensiones. No duras ni tres segundos. Mis compañeros de posos, jubiletas la gran mayoría, se ponen en plan Jean Reno en El profesional y no queda de ti ni los restos. Menos si, como en el caso de la diputada en cuestión, quien habla es conocida por quedarse dormida en el Congreso, jugar al Candy Crush en su escaño y llevar toda la vida chupando de la teta pública como si no hubiera un mañana. Se pregunta uno de mis compañeros de barra, periódico en mano a modo de martillo pilón contra la superficie de una mesa, que cómo es posible que decida sobre su jubilación una gente que no sabe lo que es trabajar y que por currar una legislatura tiene el futuro medio apañado. En esta situación, ni se te ocurra preguntarles a qué partido han votado toda la vida o algo por el estilo, no sea que entiendan que les estás llamando cómplices y ahí sí que no vuelves a saber lo que es ver la luz del día. Así que como yo lo de mi jubilación no lo veo y no creo que exista cuando eso, me conformo en estos momentos con juntar dos segundos libres para irme al Taberna y despedirme de Miren y sus magníficos cortados.