comentábamos el otro día en la redacción la triste estampa de la Mesa del Parlament catalán, cuya principal característica no es tanto el ser más o menos soberanista como el asemejarse, perdón por la ordinariez de la expresión, a un campo de nabos. Ha pasado siempre y prácticamente en todos los espacios ideológicos; el ámbito en el que de verdad rara vez queda fielmente representada la mitad de la población en las instituciones públicas, esas en las que los electos sientan sus reales o republicanas posaderas, es el del género. Sin embargo, sería tramposo y ventajista cargar contra la clase política simplemente porque sus integrantes acepten de buen grado los palos como grandes fajadores que son, pues en muchos casos tratan de revertir la situación, sea por ética o por estética, y porque esto pasa tanto o más en las empresas, en los sindicatos y hasta en las federaciones deportivas. Basta para demostrar esta tesis la imagen de presentación del Mundial Femenino de Baloncesto de este año, en la que salían once hombres y una mujer, un puro chiste, aunque con toda seguridad no había en la desconcertante imagen malicia ni provocación alguna, sino un simple y elocuente reflejo de la realidad social. Estoy esperando impaciente la foto de familia del Foro de Davos del lunes.
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