No se lo van a creer, pero en ocasiones veo gente educada. Sin ir más lejos, ayer mismo. En mi habitual sonambulismo mañanero antes de acceder a esta redacción en la que paso buena parte de mi vida, un varón cercano a los 50 años de edad me detuvo no sin antes pedir perdón de tres maneras diferentes. Aquello ya me desconcertó, sobre todo, porque mi aspecto a esas horas no invita a tomarme como objeto de fácil socialización, sobre todo, tras llevar varios días lidiando con una gripe un tanto perversa. En fin, que dadas las circunstancias, no tuve más remedio que pararme, rascarme la cocotera y hacer caso a aquella persona tan solícita. Preguntaba por una dirección concreta. Le expliqué dónde se encontraba la empresa que buscaba y, tras acabar mi disertación, acompañada por un amplio abanico de gesticulaciones y parafernalia indicativa, me dio las gracias de otras tres maneras diferentes y me deseo buen día no sin antes introducir un nuevo agradecimiento expreso en un formato desconocido para mí. Ante tal la situación, mi rico acervo cultural se quedó seco de respuestas originales para corresponder a aquel despliegue de buenas maneras. Y eso que yo pensaba que la urbanidad había perecido por muerte natural...