Deambular por las hoy tupidas páginas de sucesos se ha convertido en un ejercicio de resistencia gástrica. Escribo esto no porque mi ánimo sea especialmente delicado, sino porque la persistencia de determinados titulares le deja a uno con la sensación y el convencimiento de que éste es un mundo terrible repleto de gente cruel y carente de empatía. Verán, desde hace un cuarto de hora hay sobre mi mesa de trabajo en la redacción un periódico catalán abierto de par en par con una doble página en la que se analiza la investigación de los Mossos d’Esquadra ante el caso de la violación de una mujer de 42 años el pasado 28 de diciembre cerca de la estación de Sant Andreu de Llavaneres, en la comarca del Maresme. Los hechos, trágicos, tremendos y totalmente rechazables de por sí, lo son aún más si se analiza un contexto en el que se explica que hasta tres personas evitaron ayudar a la víctima, que pedía socorro desde el lugar al que el agresor la había arrojado. Ahí, precisamente, es donde mis entendederas son incapaces de procesar la información. Entiendo que los ratios de confort social son difícilmente sostenibles ante la realidad más torticera, pero ayudar a quien realmente lo necesita debería ser uno de los primeros deberes como ser humano.