Llevo unos días que no quepo en mí de gozo al observar cómo el señorito del cortijo sigue tronchándose a la cara de las pobres víctimas de su nefasta gestión en el asunto de las carreteras de hace unos días. El citado, al parecer director de la Dirección General de Tráfico (DGT), que responde con todo tipo de ironías al nombre de Gregorio Serrano, no ha dudado en airear su dejadez y su altanería en todos los medios de comunicación que han requerido su presencia desde que miles de personas se quedaron atrapadas por la nieve en la AP-6 a su paso por la meseta castellana. “¿Dimitir yo? ¿Por qué?”, se interroga sorprendido tras echar la culpa de su falta de previsión, capacidad y pericia al empedrado, a los elementos, a los descastados de los conductores y a la concesionaria de la autopista. Habrá que creer a este responsable institucional, presuntamente autoridad en la materia, porque si está donde está será porque vale para ello y se puede permitir el lujo de gestionar una operación retorno tras las fiestas navideñas desde su Sevilla natal. ¿O no? Habrá que preguntarle sobre el particular al ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, responsable último de la gestión viaria, capaz de estar al tanto del cisco de tráfico desde un palco de un estadio de fútbol. Genios y figuras.