La mezquindad, en según qué situaciones, suele ser un síntoma inequívoco de estupidez, vocablo que, según la definición que hace la Real Academia Española de la Lengua, da a entender la torpeza notable de un individuo o de una sociedad en comprender las cosas. Empiezo así mi análisis matinal de la actualidad tras haberme castigado con la revisión de las sesudas intervenciones que algunos entienden que han de compartir con el mundo en esa especie de realidad etérea y paralela que son las redes sociales. En este punto, entiendo que estas palabras, escritas quizás sin la maduración y la atemperación adecuadas, provoquen cierto rechazo porque, al parecer, criticar a quienes critican desde ciertos ciberaltavoces se ha convertido en una especie de atentado contra la democracia o la libertad de expresión o vaya usted a saber contra qué estamentos. Nada más lejos de mi intención. Lo que ocurre es que las posibilidades que ofrecen las redes sociales son utilizadas por según qué personajes para berrear o para enfangar o, lo que es peor, para mezclar las churras con las merinas sin tener ni siquiera idea de cómo es una oveja, circunstancias que poco contribuyen en el mantenimiento de una convivencia de mínimos entre tantos diferentes.