Estoy un tanto desorientado, al menos, más de lo que suele ser habitual, que ya es mucho. La cuestión es que veo al personal revuelto por la llegada de estas fechas tan señaladas, muchos abrazados al espíritu navideño y otros tantos exprimiendo con furor los límites de las tarjetas de crédito. El ánimo al alza parece generalizado y yo, raro bicho en estos días, parezco un fiel discípulo de Grinch y me siento desplazado. Supongo que la sensación obedece a que buena parte de mi vida transcurre absorta en un pequeño reino delimitado por las paredes de una redacción. Y eso, ya de por sí, es mucho, ya que después de estar enfrascado con el día a día, con mi puesto de trabajo inundado de teletipos e imágenes, con una pantalla de ordenador exhausta e itinerante por un sinfín de programas de pelaje dispar y con una agenda con tantas anotaciones que hacen inservible su función, sólo me queda aliento para enclaustrarme en casa. Así que todo lo que sea disfrutar de iluminaciones y de la ambientación especial de la dichosa Navidad tendrá que esperar hasta que lleguen mis días libres y pueda descubrir con ellos una nueva realidad. En cualquier caso, y hasta que llegue ese momento, sirvan estas líneas para desear a todo el que lo desee unos felices días.
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