durante mucho tiempo pensé que odiaba estas entrañables fechas en las que estamos inmersos, hasta que el año pasado me dí cuenta de que lo que realmente me desequilibra son los preliminares. A partir del puente de la Constitución la agenda del móvil se empieza a saturar de recados pendientes. Hay que ir gestionando los pedidos a Olentzero y a los reyes, cuadrar fechas para cenas, quedadas y demás, preparar la logística necesaria para no fallar en los festivales navideños infantiles, comprar la Lotería aun sabiendo que no va a tocar, ponerse de acuerdo para ver dónde comer o cenar cada uno de los días señalados y comprar el dorsal de la San Silvestre. Todos estos quehaceres, además, se ven constantemente interrumpidos por el Whatsapp, que echa humo; y por las rebajas adelantadas que promocionan por correo electrónico desde los imperios del comercio digital hasta la más pequeña y voluntariosa tienda de la ciudad. Todo ello sin descuidar las obligaciones laborales ni las tareas cotidianas. La sociedad enloquece y la tensión acaba por hacerse insoportable, hasta que llega la Nochebuena y el ambiente, por fin, se tranquiliza un tanto. Brindemos pues, con vino caliente o frío, que ya hemos pasado lo peor y ahora toca relajarse.
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