Todos los días, salvo sorpresa, el mismo camino para venir al periódico. Hay un tramo de la calle Domingo Beltrán en el que me vengo fijando desde hace meses porque me parece muy significativo. No sé qué distancia recorro, soy muy malo para esas cosas, pero son siete lonjas comerciales consecutivas que están vacías. Hasta no hace tanto había una peluquería -que terminó con orden desahucio pegada en la puerta-, una frutería, una joyería, una tienda de ropa... Todas están cerradas desde hace tiempo. Los carteles de se alquila o se vende pueden cambiar, pero sea con una inmobiliaria u otra, ahí están. No son los únicos locales que están así en este tránsito diario, pero no deja de ser llamativo, por lo menos a mis ojos, que estén seguidos, como un constante recordatorio de que, por mucho que algunos se empeñen en decir, las cosas no van bien. Cuando llego a esta redacción me encuentro con que Cáritas Araba ha publicado su informe anual sobre la situación en el territorio. Los datos son lamentables. Terribles. Y, por desgracia, repetitivos. Está bien pensar en el futuro, establecer estrategias y pensar a dónde queremos llegar como sociedad. Pero igual alguien debería preocuparse también del presente, de este hoy que se nos cae entre los dedos.
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