Era demasiado joven cuando se estrenó La guerra de las galaxias. ¿Se puede ser demasiado joven cuando una habla del pasado, de un tiempo que comienza a ser ya, como aquella galaxia, muy muy lejano? La verdad que no me interesó nada hasta que pasaron unos años y cayó en casa un Trivial que tenía un montón de preguntas en el quesito rosa sobre la saga original. Se ganaron y se perdieron partidas épicas por saber o desconocer cosas como quién era C3PO. Así que en algún momento de todo aquello, no recuerdo muy bien cuándo, cómo, ni por qué, acabé viendo las películas. Y me enganché. ¿Por qué? Ni idea. Creo que parte de la culpa la tuvo Darth Vader. Siempre he pensado que en las buenas historias el malo es fundamental y qué malo tan fantástico es Darth Vader y qué genial esa música que le acompaña cuando aparece en pantalla. Y qué momentazo Luke yo soy tu padre, que lo mismo da escucharlo en la voz de Constatino Romero que en la de James Earl Jones, es un momentazo y punto. Así que caí y, sí, de vez en cuando cito a Yoda -lo confieso- o me zambullo en una tarde de sofá y palomitas en las andanzas de Luke Skywalker y cía. Hasta me muero de envidia cuando me envían una fotografía de un belén que surca las estrellas sobre El halcón milenario.