hacía tiempo que no me asombraba tanto una decisión como la tomada en los últimos días por la Junta Electoral Central prohibiendo el color amarillo a los miembros de las mesas de las próximas elecciones catalanas. El argumento esgrimido es que deben mantener una posición de “completa neutralidad política”. ¿Cómo? ¿Qué? ¿Por qué? Se refieren, claro, a los lazos esos que reivindican la puesta en libertad para los consellers primero destituidos y después encarcelados. A ver, que igual me enchironan por no puntualizar que ya no son consellers sino meros delincuentes, que tampoco se puede ya decir cualquier cosa. No es exageración, son las nuevas leyes que vienen aplicándose en los últimos tiempos, desde 2015, que impiden manifestarse junto al Congreso y el Senado, fotografiar o grabar a policías o parar un desahucio, entre otras prohibiciones. De un tiempo a esta parte, la gente ya no puede protestar contra según qué temas o personas, se dicta a los periodistas cómo deben expresarse y se censura la crítica, supongo que por el bien general de los que sí tienen derecho a robar, abusar, evadir o corromperse. Ahora se da un paso más y la censura alcanza a los colores, concretamente al amarillo. ¿Hasta dónde van a llegar? ¿Hasta cuándo vamos a aguantar?