Hay cosas difíciles de clasificar. La frustración al respecto me resulta bastante frustrante en sí misma porque me aburre bastante ese afán humano de clasificarlo todo, afición que en su punto culmen se simplifica en bueno o malo. Así que, quizá, la vida sea mucho más sencilla de lo que pensamos. Bueno o malo, bueno o malo ¿para quién? Esa es la jodida pregunta quizá, y el drama también, aunque todos seamos conscientes de que el bien y el mal lo son, independientemente de su utilidad y de su beneficiario, desde los cuentos infantiles. Así que hay cosas difíciles de clasificar. Y ando metida en este barrizal porque mientras el día fuera está gris y pausado, sumergida la ciudad en el ecuador del puente festivo, leo las noticias sobre el acuerdo entre Londres y Bruselas sobre las condiciones para la salida del Reino Unido de la UE. Y veo en una fotografía a Theresa May con una sonrisa que le ocupa todo el rostro estrechando la mano ante las cámaras a Jean-Claude Juncker, más comedido, no sé si quizá esboza una media sonrisa pero no parece haber rastro de rictus de gravedad aparente en su expresión. Y me pregunto si hay que felicitarse por el acuerdo, o si es un día triste, o si dadas las circunstancias ese pacto es lo menos malo.