Bueno, pues se acerca la Navidad. Hubo un tiempo en que un tierno anuncio de turrones nos recordaba que las fiestas navideñas estaban a la vuelta de la esquina, o el de la Lotería, la iluminación de ciertos grandes almacenes, la de las calles de la ciudad. Eran tiempos despreocupados... Ahora sabemos que se acerca la Navidad porque nos zambullimos en una campaña electoral. Quién nos lo iba a decir. Y lo inquietante no es que desde anoche estemos otra vez -hablo en plural sociativo, solidaridad con la ciudadanía catalana- en el fregao de pedir el voto y tal, que oiga, a fin de cuentas de eso va un poco lo de la democracia, por imperfecta que sea. Lo inquietante es echar un vistazo a las previsiones demoscópicas, la última ayer mismo, el CIS. Y es que siento un escalofrío recorrerme la espalda solo de pensar que podamos asistir a otro espectáculo de tres pistas como el que acabó con la repetición de las elecciones generales en 2016. Las tartas de los sondeos en Catalunya vaticinan un reparto muy igualado de escaños entre independentistas y los que no lo son, sin mayorías absolutas para ninguna sigla, con acuerdos muy complicados incluso dentro de los propios bloques. En 2015, el pacto para nombrar president se llevó por delante a Artur Mas. Empieza la cuenta atrás.