Creo firmemente que una de las trompetas del apocalipsis fue el goteo constante de cierres de librerías. Algunos de los recuerdos felices de mi infancia fueron en librerías, con mi padre, los sábados por la mañana o cuando íbamos a Valencia y visitábamos a Salvador, librero, amigo, tipo genial que nos dejó ya hace unos años y el mundo es un poquito más oscuro desde entonces. El placer de curiosear páginas sin prisas, ese glorioso perder el tiempo que cada ve es más caro, el olor del papel, pecar y leer la última frase del libro, volver a casa con un Astérix o un Barco de Vapor bajo el brazo, o con una novela de Walter Scott... Me he puesto nostálgica -es lo que tiene pensar que nos acercamos al abismo- y entonces -el ser humano es así, se aferra a la esperanza incluso en la noche más oscura- me he encontrado con un estudio presentado por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros que dice que el número de librerías pequeñas y medianas en España se incrementó en 2016 un 3,7% y que la venta de libros subió un 3,67%. Reconozco que casi tengo que pellizcarme al ver esos datos, me temo que soy una pesimista antropológica, pero ¿y si aún estamos a tiempo? ¿Y si, aunque cerca del abismo, todavía hay esperanza para el ser humano?
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