Hay un rasgo del carácter de Vitoria y de sus moradores que camina rayano a la paranoia. Será por el agua con lindano del Zadorra o por el fresco que se barrunta en cuanto se olisquea el invierno que baja desde el Gorbea, pero el caso es que en la capital de las capitales vascas no hay ni Dios que sea capaz de que los señores y señoras políticos coincidan en la defensa de las mismas propuestas, sean éstas banales o harto trascendentales para el futuro de la ciudad. Escribo esto porque estos días se está hablando, y mucho, sobre un edificio de espectaculares rasgos modernistas que, vía permuta, ha entrado a formar parte del patrimonio de la ciudad. Antaño operó como gasolinera y, ahora, como objeto de mercadeo propositivo por parte de los grupos representados en el Consistorio, que ya han lanzado al aire sus opciones para él, desde sede del fondo Schommer, hasta oficina de turismo, pasando por albergue para Emakumeen Etxea o centro para el fomento del turismo y las actividades verdes. No me entiendan mal. Todos tienen la legitimidad en airear sus iniciativas. Pero, antes de que todas ellas decaigan por falta de consenso y la peculiar construcción acabe por desmoronarse en el olvido, se antoja conveniente que los representantes institucionales se sienten a hablar para encontrar una apuesta común.
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