la derrota sumada ayer por el Alavés en Mendizorroza ante un rival directo por la permanencia como es el Eibar -lesión de Alexis y expulsión de Santos incluidas- aboca al equipo vitoriano al descenso a Segunda División. Es, sin apenas dudas, uno de los tres peores equipos de Primera y, por tanto, merecedor de un descenso que parecía impensable hace unos meses justo después de completar la exitosa temporada que desembocó en la final de la Copa. Sin embargo, lo que hace un año eran parabienes a la confección y gestión de una plantilla muy renovada con relación a la que logró el ascenso a la élite se convierten ahora en censuras justificadas a la elaboración de un proyecto deportivo incapaz de competir al más alto nivel. Es evidente que De Biassi -tercer entrenador tras Zubeldía y Cabello- no tiene toda la culpa del paupérrimo rendimiento del equipo, pero también es cierto que tampoco parece en disposición de voltear la situación. Sus planteamientos ultradefensivos, los errores constantes en la concepción del juego, las alineaciones extrañas y la falta de argumentos ofensivos convierten al Alavés en una presa fácil de cuantos rivales se le presentan por el camino. Urgen más cambios, en el banquillo y en el vestuario, para tratar de revertir la situación. Aunque será difícil.