yo entiendo, y lo digo sin el más mínimo resquicio de ironía, que el comercio ha de innovar y que si no se mueve la pasta no mejora la economía, pero esto del Viernes Negro, que traducido suena más a grupo terrorista palestino o a descalabro bursátil que al presunto festival de los chollos que nos anuncian, es excesivo. Mucha gente no ha salido todavía del agujero del 2008, venimos del Halloween, que cada año aligera un poco más los bolsillos de las familias con menores a su cargo detesten o no la mencionada celebración; y la Navidad, una auténtica plaga de langosta para las cuentas corrientes, está a la vuelta de la esquina. Luego vendrán, por orden cronológico, el día de los enamorados, el del padre y el de la madre que nos parió. Además, este chicle se estira durante semanas, antes y después del famoso viernes, hasta que la estrella de Oriente se empieza a atisbar en el horizonte y tenemos que volver a echar la mano a la cartera antes de haberla guardado. De todas formas, a mi me da igual cuándo y cómo se gasta la gente su dinero, que es suyo y no mío; lo que me satura es el abrumador bombardeo publicitario que todo lo inunda pero que por otra parte, paradojas de la vida, da de comer a este castigado gremio al que pertenezco.
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