Mira que a mí me suelen gustar los preámbulos de fin de semana, pero reconozco que estoy algo asustado ante lo que se nos viene encima. Y también un poco abrumado y hasta las narices de tanto black friday en los anuncios, que lo mismo sirve el viernes negro para anunciar suculentos descuentos en ropa, irresistibles tratamientos faciales, televisores como pantallas de cine, peluquería más barata que nunca y hasta coches más potentes por menos dinero. Con esto del black friday ha pasado un poco lo mismo que con el halloween. De mirarlo de lejos y hasta con escepticismo -que esas americanadas nunca llegarán aquí- a irrumpir a lo bestia, sin remedio y sin escapatoria posible. No podemos extrañarnos, que les ocurrió igual a generaciones anteriores con Santa Claus, el móvil, las hamburguesas y los centros comerciales. El bombardeo estos días con anuncios de black friday es solo comparable a la legión de colonias y perfumes en televisión. Ya sé que todos los años ocurre lo mismo, pero no me resigno. Intento que no me guste este afán consumista, me resisto a dejarme abducir por tamaña oferta de paraísos terrenales. Y no se olviden que inmediatamente después, e incluso a la vez, llegan los turrones, el cava, las comilonas y los regalos obligatorios. ¡Hala! hasta el año que viene.
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