el terror de la multa se ha impuesto en Vitoria. Las últimas actuaciones de los centinelas de las ordenanzas han logrado minimizar los comportamientos díscolos de los gasteiztarras. No en vano, con el monedero por corbata, estos han adquirido la costumbre en apenas unos días de revisar previamente los mapas topográficos para poder pasar a continuación los viales de cada calle por el centro milimétrico de los pasos de cebra y de aparcar los vehículos con tiralíneas y cálculos trigonométricos para triangular la posición vía GPS y niquelar el espacio sobrante entre el turismo y los límites del hueco de la vía pública utilizado. Ahora también circulan en bicicleta sólo tras haberse aprendido de pe a pa el Código de Circulación, esperan en posición de firmes, y tarareando las Walkirias de Wagner, mientras el semáforo adquiere la tonalidad adecuada y dan los buenos días, con reverencia incluida, a cada agente de la Policía Local que uno se encuentra por la calle. Parece exagerado, y lo es, pero el concierto de sanciones interpretado por ciertos agentes durante los días pasados ha logrado inculcar cierta sensación de pánico al uniforme en una ciudad en la que, aparte de las reivindicaciones legítimas de cada colectivo, hay otras muchas cosas de las que preocuparse.