Hay cosas que me cuesta entender, quizás, porque me estoy haciendo viejo (más aún) o porque años de vida disoluta han afectado sobremanera la disposición neuronal de mis entendederas. Sea por lo uno o por lo otro, por ambas circunstancias o por ninguna de ellas, lo cierto es que mi cara de perplejidad y dispersión cognitiva va en aumento cada vez que trato de entender las razones que han permitido el proceso de guetización social y estigmatización inmobiliaria que está afectando desde hace años a una calle como la de Santo Domingo, que ha adquirido el nombre del prócer del catolicismo y fundador de la Orden de los Predicadores, más conocida como la de los dominicos. Dice la historiografía cristiana que el santo varón, por medio de su vida y predicación, fue como un faro guiando almas hacia Cristo. Lejos de semejante leyenda, la calleja, inmersa en un Casco Viejo que empieza a brillar en contrastes, sólo parece capaz de guiar hacia ella ánimas borrascosas de clanes de dudosa capacidad para la vida contemplativa y de reunir en su metraje edificios abandonados a su desgracia hasta llegar a la ruina (literal), circunstancias ambas que chirrían con la imagen de ciudad cohesionada y moderna que pretende dar Gasteiz. Para llegar hasta aquí, ¿quién no ha hecho su trabajo?