Al otro lado de la barra está nuestro querido escanciador de cafés armado con el hacha del dispositivo contra incendios del local amenazando a la parroquia con liarse a leches si alguien, aunque sea de coña, menciona el tema catalán. De hecho, se dice, se cuenta, se rumorea, que hace un par de días, uno de los habituales pidió a la hora del desayuno un pan tumaca y su señora no lo ve desde entonces. Por lo bajo, uno de los compañeros me dice que sospechan que ayer fue parte de un pintxo de carne guisada que el dueño repartió gratis. Sí, el mismo que no nos perdona un céntimo ni en Navidad. Así que hablando de comida, les comento que el otro día estuve en Burgos pasando el fin de semana y que por esas tierras se ha puesto el tema de los precios de bebidas (1,50 el rosado, oiga) y las tapas en modo Donostia o Pamplona, así que en Gasteiz deberíamos aprovechar para bajar la cosa, hacernos promoción y atraer al personal. Para mi sorpresa, dos de los tres seres humanos presentes (no cuento al dueño, que tras recibir un chiste sobre Puigdemont en el móvil se ha puesto a freír el aparato en una sartén) me contravienen diciendo que aquí deberíamos subir los precios para dar la sensación de estar a la altura, de no ser menos. Leyes de mercado, me dicen.
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