Les prometo que hoy no voy a escribir en este espacio sobre Catalunya, ni sobre su república, ni sobre el choque de trenes, ni sobre artículos 155 ni sobre declaraciones unilaterales de independencia. No lo voy a hacer porque, entre otras muchas consideraciones, considero que la información que están ofreciendo al segundo los medios de comunicación sobre el particular, mejor o peor elaborada, cizañera o condescendiente, cubre con suficiencia las expectativas del común de los mortales. Mi devaluada psique no está capacitada para añadir ni siquiera un ápice novedoso al asunto y mucho menos, para elaborar una opinión eléctrica que nadie antes haya emitido. Dicho lo cual, asumo que no suele ser habitual reconocer las limitaciones propias ya que, visto lo visto, incluso el Tato y compañía no dudan en agitar los micros en los televisivos programas de casquería y corazón con todo lujo de teorías, hipótesis y sesudos análisis políticos alrededor de las andanzas de Puigdemont y del ultrajado Rajoy. Lo hacen, al parecer, con la misma pasión y conocimiento con la que diseccionan la vida del violador del ascensor o la tragedia de Juana Rivas con la pérdida de la custodia de sus hijos. En fin, que no quería escribir sobre Catalunya, pero... No hay manera.