alucinado estoy con la segunda espantada de Pablo Prigioni. Ya me resultó raro que huyera en su última etapa como jugador, pero me parece inconcebible que renuncie a las primeras de cambio en su incipiente ¿y acabada? carrera como entrenador. Le va a resultar difícil que cualquier otro club confíe en él. Mal precedente es abandonar a poco que vengan mal dadas que es, como ya supongo que sabrá, la mayoría de las veces en cualquier ámbito profesional, también en el baloncesto. Sus razones tendrá, no lo dudo, pero esa debilidad y flaqueza no me las esperaba yo de un hombre que se convirtió en el roockie más veterano en la historia de la NBA a base de tesón y esfuerzo. No obstante, más sorprendido aún estoy con la (no) contestación del Baskonia. Dar la callada por respuesta durante más de 14 horas ante, probablemente, la mayor crisis deportiva desde que Querejeta asumió el mando supone, primero, una falta de respeto hacia los socios, abonados y aficionados que sostienen al club. Y, todavía más preocupante, destila una sensación de desgobierno absoluto, de que los directivos no se enteran de qué pasa más allá de los despachos. Ver, y permitir, que los jugadores visiten a Prigioni para que cambie de opinión es otra señal añadida de descontrol. ¿Mandan ellos?