Me dicen, me cuentan, me juran y me perjuran que todo obedece a la necesidad de exprimir la democracia participativa hasta sus últimas consecuencias, que en esta ciudad somos unos irredentos convencidos de las consultas ciudadanas y que en el orbe no hay mayores creyentes en la aventura de dar la voz al pueblo que en Gasteiz. Bajo esos preceptos y ante un discurso machaconamente reiterativo, trufado de todo tipo de parabienes y de vocablos que ponen en valor conceptos como el diálogo, la participación y la responsabilidad, a mi incredulidad galopante le han empezado a brotar sarpullidos. Me dice mi dermatólogo conceptual que todo está en orden y que la sintomatología descrita quizás obedezca a la exposición prolongada a unos argumentos políticos y sociales que, curiosamente, acostumbran a llegar en la capital de capitales vascas cuando la legislatura encara su último tercio de vigencia. Una vez diagnosticado el origen del picazón, la recomendación facultativa para tratar de atenuarlo pasa por tomar píldoras de buena fe. Con ellas me aseguran que empezaré a digerir las maniobras políticas de última hora ideadas para embarrar el suelo ajeno como si fueran fruto de mi imaginación calenturienta. Ya les informaré sobre la efectividad del tratamiento.