El bálsamo de Fierabrás, decía Don Quijote, “que con solo una gota se ahorraran tiempo y medicinas”. “Si eso hay, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula”, respondía Sancho Panza. Puede que, en este momento, que la Generalitat convocara unas elecciones autonómicas fuera asumir de facto esa legalidad que el Estado le acusa de haber dinamitado -aunque en Moncloa se han ido viniendo arriba y reclaman exhibición en la plaza pública-. Puede que para los más cafeteros de las filas independentistas fuera claudicar recurrir a unas elecciones declaradas plebiscitarias como las ya ensayadas en 2015. Ahí está la hipótesis de una DUI previa que diera sostén al choque de legalidades y lanzara el soporte constituyente de los comicios, por ejemplo. Pero, ¿en qué condiciones? Una autoproclamada república sin, por ahora, reconocimiento internacional frente a un Estado aplicando el 155 cual red pelágica. ¿Y las elecciones autonómicas? ¿Qué pasaría si, como dicen algunas encuestas, se repitiera la mayoría independentista? ¿Y si, como dicen otras, hubiera una mayoría contraria? ¿Resolverían el problema de fondo que nos ha traído hasta aquí? Pagamos la falta de diálogo y de altura política y democrática. Las elecciones pueden ser una oportunidad para resetear las cosas, pero de poco servirían si no cambian las actitudes.
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