Tampoco hay que perderse en el ombligo, no nos engañemos. En las últimas dos-tres décadas es una situación muy común en muchas capitales de provincia, máxime si cuando, como pasa en el caso de Gasteiz, alguien en su día hizo una previsión de que a estas alturas íbamos a ser 500.000 habitantes (no es broma, es un estudio institucional y público) y el resultado es que somos algo menos de la mitad. La curioso en nuestro caso, además, es que en esta Vitoria en la que hace no tanto salir del paseódromo era vivir al margen de la sociedad bien entendida, lo que llamamos centro está pidiendo desde hace tiempo la bombona de oxígeno. Sobre todo, porque ese supuesto exceso de vida que en teoría ha escapado de esta zona tampoco tiene su reflejo comercial-social-vital en casi ningún otro punto de la ciudad. Muchos barrios también han perdido aquella vida interna de la que hacían gala en otros tiempos, fuese por lo bueno o por lo no tanto. Un oriundo que desde hace unos años vive por otros lares me comentaba hace poco que cuando volvía a casa de su ama detectaba cada vez más un problema para él básico: veía menos gente en la calle que hacía suya la calle, que parece un trabalenguas o una falta de uso del sinónimo, pero tiene su enjundia.
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