Sin demasiados miramientos. Hay humanos que parecen orangutanes. Pero, de los que nacen con alguna tara mental irreconciliable con el desarrollo de cualquier tipo de esbozo de idea útil. Recién llegado de varios días de viaje, la lectura de los periódicos locales que había sobre mi mesa en la redacción me dejó ojiplático, más aún de lo que suele ser habitual, que ya es decir. En ellos, se explicaba que dos grupos de presuntos hinchas futboleros habían quedado vía Internet para sacudirse la badana. ¿El motivo? Al parecer, por gusto y placer. Parece que romper los morros a un congénere con una barra de hierro o dejarse romper los dientes por el mismo método es motivo de algarabía, disfrute y orgullo en según qué ambientes. Dadas las circunstancias, y para poner en práctica mis dotes empáticas, he tratado de encontrar la satisfacción al hecho de que me desfiguren el rostro -ya de por sí afectado por los estragos de la edad y de las malas costumbres adquiridas tras años de peregrinaje en barras y tascas- a base de mamporros. La verdad es que, tras estrujarme las meninges, no he sido capaz de encontrar ningún disfrute en el hecho de convertirme en un puchingball o en aporrear la cabeza de alguien que lleva la bufanda de otro color. No obstante, las leyes de la evolución natural son inescrutables.
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