Llegados a este punto, parece que la única certidumbre es que, a pesar de que aparentemente sea imposible, todo es susceptible de empeorar -definitivamente Murphy pensaba en el conflicto Moncloa-Generalitat cuando enunció su infalible ley con la metáfora de la tostada-. Así que me temo que todo seguirá empeorando. Ya escribí hace unos días que la confluencia en torno a una mesa entre un político máster en dontacredismo y otro experto en equilibrismo tiene difícil arreglo. Confío en equivocarme. En cualquier caso, estos días históricos que vivimos -históricos bien por la inédita activación del artículo 155 de la Constitución, bien por la declaración de independencia de Catalunya que se anuncia en respuesta-, en su devenir, solo demuestran el absoluto y patente fracaso de la política en este caso. Un fracaso que se viene construyendo desde hace años y en el que ambas partes y muchos actores tienen altas cotas de responsabilidad. Cuántas oportunidades perdidas por el cortoplacismo electoralista y por la total ausencia de altura de miras. Y aquí estamos, con los protagonistas jugando su partida para enarbolar una victoria que solo se entiende desde la derrota del enemigo. La política tendría que ser otra cosa y los dirigentes políticos, también.