Llueve sobre Galicia. Desde aquí se hace difícil entender qué ha ocurrido para que se desate un desastre que solo la propia Naturaleza ha sido capaz de contener después de alimentarlo. Pasó un huracán sobre millones de toneladas de masa vegetal seca, sí, hacía calor, quizá el modelo de gestión de los montes y de los servicios de extinción no es el más adecuado, también. Sin embargo, al margen de las causas naturales y los incendios no intencionados, en última instancia alguien le pegó fuego al monte, y lo hizo deliberadamente en el momento en el que más daño podía hacer. Surge la tentación de pensar en tramas organizadas, en intereses económicos, en corrupción urbanística, pero cuando se baja al terreno y hablan los expertos, resulta que no hay coordinación, ni patrones comunes de actuación, ni lugares estratégicos en los que pudiera interesar echar la cerilla. No hablan de mafias, hablan de fascinación por el fuego en un lugar, Galicia (y también Asturias y León, y Portugal), cargado hasta arriba de combustible. Cuesta creer que alguien sea capaz de destruir todo lo que le rodea, incluso de llevarse a gente por delante, para echar al lobo o al oso, para tener más pastos, o por un perverso e inexplicable placer. Quizá sea pura y simple maldad.