En los últimos días hemos visto de todo. Cosas que no creeríais, que ni el replicante interpretado por Rutger Hauer pudo siquiera imaginar más allá de Orión. Tras el choque de trenes -aún más brutal de lo previsto- y de la inmediata espiral acción-reacción desencadenada, ha habido alarmantes signos de que algunas estrategias estaban guiadas más que nada por ese aforismo del cuanto peor, mejor y/o por el tacticismo cortoplacista más ramplón. Incluso tuvimos unos días valle en los que pareció aflorar cierta voluntad por enfriar el ambiente. Y así llegamos a la comparecencia de Carles Puigdemont el martes en el Parlament que abre un nuevo episodio en este conflicto. El sí pero no de Puigdemont, el parar el reloj apelando al diálogo, la firma de una declaración que, sin trámite institucional no pasa probablemente a efectos legales de manifiesto, abunda en esa probada afición y habilidad de Puigdemont para caminar en el alambre, en el filo de la navaja. Mariano Rajoy replicó ayer devolviéndole la pelota, pidiéndole que se defina, seguramente por cuestiones de pura necesidad jurídica para sustentar la aplicación del famoso 155. La pelota vuelve al tejado de Puigdemont. Porque si Puigdemont es un equilibrista, Rajoy es el paradigma del dontancredismo. Difícil confluencia.