apoco que las cosas se tuercen, algunos dinosaurios se empeñan en resucitar. Son los salvadores de España, los Guardianes del 78, los próceres que construyeron y protegieron a lo largo del tiempo esa Transición que, dicen, provoca la envidia mundial. Son voces que pretenden hablar desde la experiencia, que no se resisten a aceptar que su tiempo pasó y que, a veces, envejecer no significa acumular sabiduría sino la acentuación de vicios en la conducta y el pensamiento además de cobardía ante el cada vez más cercano ocaso definitivo. Como decía alguien, este sí que era sabio, para reconducir a un rojo por el buen camino solo hay que darle años y dinero. Los socialistas Felipe González, Leguina, Bono, Rubalcaba, Rodríguez Ibarra y Javier Rojo, entre otros, han despertado de su letargo para recordarle a Pedro Sánchez que lo esencial ahora no es dialogar, ni siquiera para avanzar, sino preservar el chiriguito que se montaron en el 78. Más o menos lo mismo le ha dicho Aznar a Rajoy, al que ve demasiado blando y moderno para estos tiempos de crisis. Y si no han salido a la palestra más de los de la derecha e izquierda verdaderas es porque, o bien están en el trullo o bien andan encausados por esa justicia tan poco benévola con los salvapatrias.