No recuerdo ni al profesor ni la asignatura, pero sí que un día en clase hablamos sobre narrativa y sobre que el éxito al contar una historia no siempre radica en el final, con alguna peli de Tarantino como ejemplo. Contraponía así una historia narrada conociendo desde el inicio el final a otras estructuras narrativas en las que la importancia radica en la caída del telón, si el asesino es el mayordomo o el coronel Mustard, con el cuchillo o con la pistola. Contar historias, en sus múltiples variantes, es en definitiva la vida y, de algún modo, la idea de que el camino puede ser, al menos, tan importante como el destino tiene bastante que ver con ese aforismo de que el fin no justifica los medios. ¿Se acuerdan de ese poema, “si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores...”? Ando en estas disquisiciones pensando en este 1 de octubre, en este día de ayer pero, sobre todo, en todos los días, semanas y años que nos llevaron hasta aquí; en las ocasiones perdidas, por acción y omisión, para hacer las cosas mejor, en el recorrido de diálogo no iniciado, en sendas que se pasaron de largo, en la pura demagogia. Ando pensando en las ocasiones perdidas para la política, casi todas; en lo pequeña que se ha quedado esa palabra, en lo duro y vergonzoso que resultó ayer ver las imágenes de un despliegue policial que, guste o no reconocerlo a quien lo ordenó, se empleó contra ciudadanos que pretendían pura y simplemente -y sin entrar en disquisiciones jurídicas- meter un voto en una urna. Lamentable. Y me pregunto cuántos caminos se quedarán por recorrer a partir hoy, porque por desgracia nada invita a pensar que las actitudes y las voluntades vayan a cambiar. No sé si el 1-O será final ni principio de nada, pero desde luego sí debería ser un motivo para la reflexión seria y honesta y para, en consecuencia, dejar de una vez actuar a la política con mayúsculas.