No salgo de mi asombro, aunque bien mirado, no deberían extrañarme los arrebatos más testiculares de cierta tipología de personal cuando se toca aquello de la unidad indivisible de la otrora una, grande y libre. Escribo así estas cuatro líneas tras comprobar ojiplático en un informativo televisivo la despedida propiciada por una marea rojigualda a los efectivos de la Guardia Civil que abandonaban sus casas-cuartel de Huelva camino de Catalunya. En las imágenes, los todoterrenos del instituto armado eran agasajados por una interpretación coral del futbolero “¡A por ellos!” por parte de una ciudadanía que parecía huérfana de otros referentes patrios más allá del verde de los uniformes beneméritos, del rojo de las elásticas deportivas con pasado victorioso y del ritmo del hit Yo soy español, español, español... Desde mi total ignorancia, me da la impresión de que una parte de este país, nación, Estado, o lo que demonios sea, aún no ha asimilado que se es país, nación, Estado, o lo que demonios sea, gracias a un marco de valores comunes y compartidos, en este caso, una democracia que, aunque con problemas serios y graves de desparrame institucional, debería ser la mejor garantía de libertad. Al menos, mucho más que jalear el camino de la represión con gritos que estorban a la paz mental.