a esta hora de la tarde del domingo ya se confirma que Angela Merkel gana otra vez las elecciones en Alemania, con lo que sumará más de quince años dirigiendo su país -y el mío-. No son tantos como los que lleva Vladimir Putin alternando la presidencia de Rusia con el cargo de primer ministro, pero son unos cuantos. Rajoy tiene la intención de progresar por la misma senda a pesar de que la última vez fue elegido presidente con la condición de que no volviera a repetir en el cargo, y Sarkozy intentó por todos los medios a su alcance, aunque sin éxito, que no le echaran nunca, al igual que Berlusconi. El poder emborracha y crea adicción, y no porque a menudo venga acompañado de dinero y prebendas, que no son más que beneficios colaterales. Simplemente se trata de que al ser humano le gusta mandar, ser admirado y temido, decidir sobre la vida de los demás. Tanto le gusta que incluso es capaz, en los casos más extremos, de terminar cambiando de casa cada noche, de vivir rodeado de guardaespaldas y de llevar una vida de mierda para mantener un imperio del que jamás podrá disfrutar, como les ocurre a los capos de la droga. Total, para qué tantos desvelos en nombre de la vanidad, si al final vamos a acabar todos en el mismo sitio.