Ya sé que corro el riesgo de meter la pata hasta el zancarrón con una artículo como éste, entre otras cosas porque intuyo que el tema no es del agrado del personal, y más si éste es forofo de sus colores. En cualquier caso, ya es tarde para rectificar, así que voy al grano. Aún recuerdo con agrado y con cierto orgullo la derrota del pasado 27 de mayo que catapultó al Glorioso al Olimpo futbolístico internacional. Toda una afición ejemplar se trasladó a los madriles para demostrar al mundo que la alegría podía resumirse en el amor incondicional hacia la trama de unas camisetas que se convirtieron en artículo indispensable en el rearme moral del pataterismo más puro. Ahora, apenas cuatro meses después, aquellos sentimientos se han diluido y han dejado paso a un pesimismo galopante que ha invadido cada rincón de una ciudad que, en muchos casos, se resigna a ver derrotado a su equipo en un inicio de temporada ciertamente complicado. Supongo que todo ello tiene que ver con los protocolos inherentes a deportes como el fútbol, capaces por sí solos de capitalizar la opinión pública de una sociedad entera, aunque a una parte importante de ésta el denominado deporte rey le importe lo mismo que un higo demasiado maduro.