La situación se antojaba inquietante. Había cinco personas, ya entradas en años, con cara de funeral. Era evidente que algo no marchaba bien. Cada poco tiempo, uno de ellos levantaba la cabeza, la agitaba de derecha a izquierda con una parsimonia estudiada y un rictus de hormigón armado, y volvía a centrarse en lo que acontecía cerca de sus pies. Ante una situación tan dramática, el que escribe estas líneas no tuvo otra ocurrencia que acercarse al lugar de los hechos para comprobar in situ la importancia de lo que acontecía, que para algo gané el carné de periodista en la tómbola de las fiestas de mi pueblo. Una vez allí situado, el grupo me hizo el vacío. Aún y todo, perseveré en la búsqueda de la noticia, pues aquello prometía titular gordo. Asomé el pescuezo hacia el lugar en el que se centraban las miradas y descubrí para mi asombro un charco de agua que, al parecer, era parte del líquido elemento que se había derramado de su tubería en el interior de una zanja abierta para intentar cambiar las cañerías y sustituirlas por otras de mejor material. Decaído, corroboré que mis expectativas eran sólo otro mirador para jubilados y pensé para mí que el día en el que no se hagan obras, habrá que pensar en una programación de ocio especial para entretener al personal.