miles de niños regresan esta semana a la ikastola, al colegio, al instituto. Y las redes sociales se llenan de comentarios y presuntos análisis sobre cómo afrontar la cuesta de septiembre -ríete tú de la de enero- y de cuál es la mejor manera de evitar que los chavales sufran el síndrome post vacacional. Los padres, que también fuimos alumnos aunque algunos lo hayan olvidado, sabemos que da lo mismo: es una putada y punto. Para nosotros, porque nos vemos obligados a desembolsar un dineral por unos libros que nadie consigue que sean gratuitos o, como mínimo, rebajarlos de precio. Para los chicos, otra vez llegan las maratonianas jornadas entre clases, extraescolares y estudios en casa, otra vez el estrés de los apuntes, de los profesores -”que me tienen manía, te lo juro”- y de unos progenitores empeñados en que coman bien, que estudien bien, que duerman bien y que sean los mejores ya sea en baloncesto, danzas vascas o matemáticas. Y como todo no puede ser, vienen las frustraciones, las broncas y la mala uva. Así hasta Navidades, Semana Santa y verano donde nos volveremos a quejar del excesivo tiempo libre que se otorga a los hijos y de las escasas vacaciones que nos conceden a los padres. Ah, sí, que hay lío en Catalunya... ¿y?