Llevo todo el verano esquivando militantemente el asunto del turismo. No quería meterme en él porque tengo la impresión de que ha entrado en un terreno bastante poco constructivo y con demasiados intereses aledaños ajenos al propio debate en sí. Me interesaba mucho el tema tal y como lo habían planteado, por ejemplo, vecinos del Casco Viejo de Donostia. Luego empezamos con pintadas, hostias políticas, performances poco afortunadas, magnos titulares y esas cosas y ya tenemos montado un lío del siete que no hace más que ruido y enrarecer, seguramente dificultar y espero que no bloquear, un debate interesante y necesario. Hemos puesto el foco este verano en nuestra posición como receptores de turismo, pero me gusta la idea de acompañar esa reflexión poniendo sobre la mesa la otra cara de la moneda, es decir, qué clase de turistas somos cuando viajamos. No nos gusta que se sature nuestra ciudad, lógicamente. Entre otras cosas porque esa saturación conlleva cambios sociales, económicos, urbanísticos... que pueden dificultar nuestras vidas, incluso nos pueden hacer perder calidad de vida, tenemos ejemplos claros. Pero, ¿qué hacemos nosotros cuándo viajamos? ¿Qué tipo de industria turística favorecemos con nuestros viajes?
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