“el mundo está loco”, repetían sin cesar nuestros mayores. Normal. Venían de guerras y entreguerras, de vivir alienados por dictadores, de despertares democráticos, de desfases musicales, cinematográficos, sexuales y psicotrópicos. De la ley y el orden al paz y amor, de las buenas costumbres al porro y los hippies. En efecto, el mundo perdió la chaveta pero quizá, no obstante, habría que recuperar algo de aquel espíritu que ahora hemos perdido cual maléfico péndulo que amenaza con retrotraernos a pasados oscuros. Parecería que la Humanidad se cansara enseguida de la libertad y, de tanto en cuando, estuviera tentada de abdicar de tamaña responsabilidad y ponerse en manos de líderes mesiánicos por muy pérfidos que sean. Citemos a Hitler, Mussolini, Stalin o Franco, por ejemplo. Dictadores que condujeron al mundo a su peor época, la Segunda Guerra Mundial, apenas dos décadas después de que hubiera acabado la Primera. Ahora, y solo han pasado setenta años, otros dos chalados henchidos de protagonismo amenazan con enzarzarse en un peligroso juego del que nadie, ni ellos, conoce su posible desenlace. Kim Jong-un y Donald Trump se lanzan misiles y amenazas con una desfachatez creciente. Espero que esta vez seamos capaces de rectificar antes de que sea demasiado tarde.
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