En las cuestiones referidas a las nuevas tecnologías y las redes sociales estamos todavía en pañales. Largo es el camino que nos queda por delante para aprender y saber utilizar. Sobre todo, para hacer las cosas con un poco de sentido y desde la base del respeto. Las virtudes de lo que tenemos entre las manos son unas cuantas. Pero las pegas o problemas, también. No hace falta que se produzca un atentado como el de Barcelona para asomarse a cualquier plataforma y encontrarse con un cúmulo de mensajes que van más allá del insulto, la acusación gratuita, la violencia, la mentira o la amenaza. Es el pan nuestro de cada día con casi cualquier tema. El problema no es un debate sobre la libertad de expresión. Hay dos cosas que se llaman educación y sentido común, que en demasiadas ocasiones brillan por su ausencia. Suele ser bueno saber que no se está en posesión de la verdad absoluta antes de expresarse. Pero incluso si uno se cree por encima del bien y del mal, no está de más contar hasta diez antes de dictar sentencia y pensar tanto en la forma como en el fondo. Todos ganaríamos mucho si nos tomásemos una tila antes de lanzarnos a la piscina como si no hubiera un mañana, profetizando y ofendiendo a partes iguales.
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