Muerto el último terrorista, concluida la identificación de los cadáveres de las quince personas que han perdido la vida, gente del mundo entero cuyas familias han quedado marcadas para siempre, lo sustantivo de todo este trágico asunto es si diferenciamos entre ciudadanos catalanes y españoles, si el famoso Trapero responde en uno u otro idioma, si el rey en primera fila o en el gallinero... Y así, paulatinamente, día a día, vamos encajando con calzador la tragedia de Catalunya en el bucle centrípeto que todo lo devora, en el esquema facilón y digerible, en el Madrid-Barça. Vaticino una competición de barrabasadas en Twitter entre los más vagos vividores de la cosa pública que, solo por ser más ruidosa que el necesario análisis que deberíamos abordar, va a desplazar a dicho análisis del debate público. Hemos aprendido que el wahabismo opera ya a espaldas del Islam tradicional para así pasar desapercibido, que se adoctrina en furgonetas y chalets okupados. Intuimos instrucciones más directas de lo que creíamos desde Siria hasta Europa, constatamos inquietantes nexos entre el corazón de Marruecos, Melilla, Catalunya y Bélgica, o que cambian los perfiles de los peones, que son más difíciles de detectar. Pero sí, aquí al rollo de siempre... Bueno, pues molt bé, pues adiós.
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