Con los hechos, y también con sus palabras, mi viejillo, que era un tal Félix Petite, me enseñó a lo largo de los años que en esta vida el respeto, la educación y los valores en los que uno cree hay que defenderlos y sobre todo aplicarlos en casa, en la calle y en el trabajo. No vale con hacerse el digno de boquilla, no sirve si en determinados ámbitos escondemos nuestros principios por temor al qué pasará, no tiene sentido si no somos honestos con nosotros y con nuestra forma de actuar. Tampoco si nos comportamos como unos cabezones y no nos damos cuenta de que siempre podemos estar equivocados. El claro ejemplo de quien no actúa igual en los tres ámbitos ni quiere ponerse frente a su propio espejo es el político. No hay que salir ni de Vitoria ni de Álava para darse cuenta de ello. Por eso intentan dar lecciones quienes en su práctica diaria adolecen de casi todo lo que predican. También sobre vitorianismo y alavesismo. Da igual que pertenezcan a una generación o la siguiente, que lleven más o menos tiempo dentro de esa tela de araña que son los partidos o en la poltrona institucional. Lo curioso es que en el caso de muchos y muchas, si de verdad actuasen de acuerdo a como dicen, a todos nos iría mucho mejor. No como ahora.