La cumbre del G20 que ayer y hoy se celebra en Hamburgo con las relaciones comerciales, la crisis de la inmigración, la defensa del medio ambiente y la seguridad global ante el desafío yihadista como temas sobre los que debatir más que sobre los que llegar a acuerdos -cualquier unanimidad al respecto más allá de las declaraciones formales sería una sorpresa- parece dibujar sin embargo un relevante cambio de ejes en las relaciones comerciales y, por tanto, en las relaciones internacionales. No en vano éstas tratan esencialmente de aquéllas. El eje trasatlántico, cuya trayectoria histórica el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ensalzó en la víspera de la cumbre durante su visita a Polonia, pese a que él mismo lo había quebrado con su anuncio de la ruptura del TTIP, sólo podría sostenerse tras una inaudita rectificación de Washington que nadie espera, como ya dejó entrever ayer mismo el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, al referirse a los posibles aranceles estadounidenses al acero europeo. A EEUU, en todo caso, le quedaría su perenne relación con una Gran Bretaña -ayer, May pareció relegada a un papel secundario en Hamburgo- que se encuentra sin embargo en la prioridad de la negociación del Brexit y sus consecuencias. Por el contrario, la Unión Europea ha fijado un nuevo rumbo que mira al Pacífico, a Japón y a China, para configurar su nuevo eje de relaciones preferentes y comienza a tomar posiciones en África, como se comprobó también en vísperas del G20 con la reunión en Roma para reforzar los puntos de colaboración con Libia, Nigeria, Túnez, Egipto, Chad, Etiopía y Sudán ante la crisis de la inmigración. Así que el problema de Trump es el de sustituir al socio que le ha acompañado hasta el momento en la construcción de las redes de su imperio comercial, tarea todo menos sencilla. Porque a pesar de que el distanciamiento con la Unión Europea le coloca al lado de Vladimir Putin, con quien tiene evidentes coincidencias en cuanto al populismo y a la demagogia nacional de sus respectivos discursos y en intereses particulares, las diferencias entre EEUU y Rusia -el alineamiento en Oriente Medio y frente a Corea, los intereses estratégicos y energéticos, la relación con los países del este europeo, con Ucrania como principal ejemplo...- son demasiado evidentes.