Italia ha entrado de cabeza en su enésima crisis política y quema a otro líder de nuevo cuño que en poco más de dos años ha pasado de ser la gran esperanza a la gran decepción. Matteo Renzi ha vivido en sus propias carnes el mismo proceso que le tocó antes a David Cameron con el referéndum sobre el Brexit o a François Hollande, sin siquiera pasar por un refrendo. El desgaste de los líderes es mayor cuanto mayor la expectativa creada por ellos mismos. Renzi llegó prometiendo un giro de 180 grados sin acreditar la viabilidad de una transformación que la calle sólo está dispuesta a medir en términos de bienestar. Al recién dimitido primer ministro italiano le reprochan los italianos que sus eslóganes se han visto vacíos de contenido, no perciben que la sociedad italiana sea más justa, que su bienestar esté garantizado o que los servicios funcionen mejor. Contra esa decepción se votó en Italia el domingo como antes se votó en el Reino Unido. El referéndum se lleva por delante a su primer ministro y también una reforma constitucional cuya utilidad resulta sospechosa a ojos de los ciudadanos. La recentralización, el fortalecimiento del Estado a costa de eliminar poderes intermedios equilibradores como son las provincias en Italia -un proceso que ya está en marcha desde hace tres años pero que la reforma habría consagrado una nueva organización del Estado- y un tono semipresidencialista y excesivamente paternalista en el proceder del propio Renzi han hecho el trabajo. El desencanto ha convertido la política europea en una máquina de quemar liderazgos. El peligro de esta situación está en el hecho de que los populismos que buscan alcanzar el poder no ofrecen soluciones que garanticen los modelos de bienestar pero sí se han erigido como alternativas a la política tradicional sin necesidad de haber contrastado sus propuestas, su viabilidad ni sus efectos sobre la cohesión democrática y los valores y libertades compartidas. Nada sugiere que una eventual victoria de cualquiera de ellos -desde la extrema derecha a la extrema izquierda- no vaya a seguir la misma suerte de desencanto por parte de sus propios votantes en un plazo corto de tiempo. Pero la huella de su acceso al ejercicio del poder sin el contrapunto de esos principios democráticos que ahora se ven cuestionados puede generar profundas cicatrices en todo el continente.