El resultado de las elecciones del 20D emplaza, como dice Pedro Sánchez, a que sea Mariano Rajoy quien inicie los movimientos para tratar de formar gobierno. Pero ante su previsible incapacidad para lograr apoyos o permisos suficientes a su investidura, emplaza al mismo tiempo al propio Pedro Sánchez, como dice Pablo Iglesias. Le sitúa ante un dilema: convertirse en socio de la indecencia que denunció en el cara a cara televisivo y apuntalar -con un acuerdo similar a la grosse koalition alemana que respalda a Angela Merkel y que Sánchez ha rechazado públicamente- las viejas formas de hacer que han llevado a la política estatal al descrédito o, por el contrario, liderar una reforma en profundidad del Estado tras un pacto con Podemos y las fuerzas de izquierda o nacionalistas que además de querer un cambio de gobierno quieren cambiar las formas de relación política e institucional surgidas de la Transición. Y el dilema no le resulta tan sencillo de resolver. En primer lugar, porque en el PSOE existen serias reticencias no ya a un acuerdo con Podemos, que también, por parte de Susana Díaz y la federación andaluza; sino sobre todo a la reforma del Estado y al reconocimiento de su pluralidad y del derecho a decidir. Y Sánchez tiene por delante un congreso federal, en principio a celebrar en febrero aunque él pretende trasladarlo a primavera, en el que debe lograr la reelección como secretario general. De ahí que su primera reacción haya sido la de ganar tiempo y dejar que Rajoy se autoinmole en la pretensión de gobernar para decidir a continuación si las conversaciones con otras fuerzas y las tensiones internas le permiten ser alternativa o, por el contrario, puede exponerse a forzar una repetición de elecciones en el primer trimestre de 2016. Porque esta segunda opción conlleva tanto o más riesgo que beneficio para el PSOE y para Sánchez, toda vez que el PP podría apartar a Rajoy y ofrecer a Soraya Sáenz de Santamaría como alternativa de pretendida regeneración y Podemos -fuerza creciente frente a la tendencia inversa socialista- podría protagonizar el sorpasso y exigir liderar entonces la transformación que plantea ahora como condición de apoyo o, en su defecto, convertirse en la alternativa a la derecha, en una operación similar a la protagonizada por el PSOE con el PCE en la segunda mitad de los años 70 del pasado siglo.