Le escucho en la radio al portavoz de Podemos en Diputación mostrándose un poco alucinado porque se acaban de formar las Juntas Generales de Álava y lo primero que hace la Cámara y sus procuradores es pillarse vacaciones. Con la que está cayendo, dice. Y joder, que hasta me enternece esa inocencia. Pobrecico mío. Pues sí, amiguitos, esto pasa en todas las instituciones. Por ejemplo, esos esforzados señores y señoras del Parlamento Vasco -los mismos que si son alaveses cobran dietas de desplazamiento aunque vivan al lado-, entre pitos y flautas vienen a estar unos cuatro meses de vacaciones a lo largo del año. Y si como ha sucedido en 2015, hay unas elecciones, aunque no sean autonómicas, aflojan la agenda del Parlamento para que estas personas puedan atender sus compromisos de partido. Si nos vamos al Congreso de los Diputados, no se crea, la cosa va parecida, aunque sin duda lo mejor es el Senado, ese lugar en el que las arcas públicas se gastan 52 millones de euros cada año para que los senadores no hagan nada puesto que, legalmente, su actividad no tiene ningún valor. Todo esto no es de ahora, viene repitiéndose desde hace décadas, mientras el votante, como siempre, aplaude y sostiene estos comportamientos.