Ni el acto en que se pronunciaron, el homenaje en recuerdo de Miguel Ángel Blanco en Ermua, ni la coincidencia temporal con la decisión de la Audiencia Nacional de investigar a los dirigentes de ETA por delitos de lesa humanidad, aunque no de genocidio, mucho menos un intento de posicionarse y descollar en la insignificancia electoral e institucional de su partido en Euskadi, justifican el fondo y la forma de las palabras de la presidenta del PP del País Vasco, Arantza Quiroga, relacionando “la hegemonía del poder que se está viendo ahora por parte del nacionalismo” con “la limpieza étnica provocada por el terror (...) por la presión de ETA y de la que ahora sus seguidores y otros resultan beneficiarios netos”. Sin reducir en un ápice el drama que durante décadas ha sufrido en nuestro país el sector político al que pertenece Quiroga por la irracional e inhumana violencia de ETA y desde la condena permanente mantenida hacia esa violencia durante todo ese tiempo, cabe al mismo tiempo considerar que solo desde la inopia política de la propia presidenta del PP es posible recuperar el falaz discurso del árbol y las nueces que ya esgrimiera Jaime Mayor Oreja en su fracasado intento de reemplazar, con visceralidad, la evidente realidad de la mayoría nacionalista dentro de la sociedad vasca. Aquella pretensión de ignorar esa evidencia, exacerbando interesadamente el enfrentamiento más allá de la absolutamente mayoritaria condena de la violencia por la ciudadanía de Euskadi, es precisamente uno de los motivos -junto a otros como la corrupción, sus políticas económicas o sus recortes sociales- que han llevado al Partido Popular a la insignificancia electoral e institucional en nuestro país, curiosamente tras haber alcanzado su techo electoral y de representación en plena reacción social a los momentos más álgidos de su persecución por parte de ETA. Y solo la escasa talla de Quiroga, quien para colmo hace nada admitía implícitamente todo ello al reconocer que el final de la violencia había incidido en sus malos resultados electorales, puede llevar a retomar aquel planteamiento, hoy tan errado como caduco; demostración evidente de que el PP debe cambiar mucho más que el logotipo y el reparto de responsabilidades si en algún momento pretende el hoy imposible objetivo de recuperar terreno político en Euskadi.
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