el informe de Amnistía Internacional sobre la situación de los desplazados en el mundo sitúa a la comunidad internacional y a sus instituciones -pero también individualmente a los Estados como parte del sistema internacional- ante la imagen de su propia egoísta desidia y ante el fracaso de sus pretendidos fines de protección de los colectivos humanos más vulnerables. El simple hecho de que por primera vez desde la II Guerra Mundial el número de desplazados supere los 50 millones de personas y que en su mayor parte se hayan visto forzados a esa situación por conflictos que, aun teniendo una ubicación concreta, parecen formar parte de una conflagración más extensa y de carácter global no sólo significa que el mundo no ha avanzado nada en tres cuartos de siglo. También revela que las instituciones, organizaciones y estructuras que se crearon entonces para impedir que el desastre humanitario se repitiera son impotentes. Por un lado, ante la fortaleza de los intereses geoestratégicos y económicos que se halla en el origen y financiación de esos conflictos. Por otro, ante el egoísmo intrínseco y creciente de las deshumanizadas sociedades avanzadas, capaces de ignorar el drama diario a sus puertas o, en el mejor de los casos, de limitar sus esfuerzos con políticas economicistas o, peor aún, populistas. Porque no se trata de que un tercio de los refugiados llegados a Europa procedan de la guerra de Siria, de que sólo este año hayan muerto 1.865 personas al intentar cruzar el Mediterráneo, de que el pasado año fueran rescatadas del mar cerca de 170.000 o de que 26.000 intentaran cruzar en Asia la bahía de Bengala en sólo los cuatro primeros meses de este año. Se trata además de los tres millones de refugiados procedentes del África subsahariana que se encuentran repartidos por ese continente y del 86% de esos más de 50 millones de refugiados que viven en países en desarrollo. Porque no se trata de la incapacidad de sus fallidos estados de origen por dotar a la sociedad de los mínimos imprescindibles que eviten el éxodo, ni siquiera de los países en tránsito para reorientar o absorber la migración. Se trata de la inopia de los países occidentales, cuyo desarrollo es inane para afrontar, siquiera para paliar, una crisis humanitaria de dimensiones y consecuencias indescifrables.